La cocinera de Himmler, de Franz-Olivier Giesbert

29 julio 2014

No es un libro divertido ni hilarante, no es una novela para reír. La cocinera de Himmler, de Franz-Olivier Giesbert, no es casi nada de lo que se dice de ella en las solapas y contracubierta. Tampoco es una obra centrada en la II Guerra Mundial, como parece por su título. Y si no es eso, ¿de qué va esta obra?

El peso de toda la historia recae en Rose, una peculiar cocinera de ciento cinco años que ha vivido mucho, demasiado, y que está muy lejos de ser una abuela adorable. Posee un gran carácter, es fuerte y sabe sobreponerse a las circunstancias trágicas: la desgracia la ha acompañado desde siempre. 

Y es que, como ella misma explica, nace en el siglo equivocado, el XX, el de los grandes crímenes de la humanidad: coincide con Hitler, Mao y hasta Stalin. De un modo u otro, siempre se ha visto envuelta en las grandes hecatombes. Es la Historia, dice, la que le ha quitado lo que más ha querido: sus padres, su gran amor, sus hijos. 

Rose nos cuenta su historia despacio: una carta, a nombre de Renate Fröll, es lo que desencadena su necesidad de hablar. El ritmo es más bien pausado además, apenas hay intriga, aunque en esas críticas mencionadas se afirma todo lo contrario.

Pero eso no es el principal aspecto negativo, pues no siempre encontramos entre las páginas de un libro aquello que los críticos, la sinopsis o el título nos prometía. La novela arranca muy bien, lo hace, pero conforme avanza pierde muchísima fuerza, se desinfla por completo. Sí, hacia la mitad, cuando llega la II Guerra Mundial, la trama remonta un poquito, pero no lo suficiente. 

Aparte de la sucesión rápida de acontecimientos, ninguno tratado con profundidad, son simples pinceladas que a veces se escapan, pues se dan muchos hechos históricos por bien conocidos, pocos de ellos resultan verosímiles. En otras palabras, pese a ser sucesos que han ocurrido de verdad, yo no me he creído que Rose los haya vivido. Conforme leía, lo que me parecían determinadas escenas es uno de esos montajes fotográficos deficientes en los que se ve que la persona ha sido recortada y mal pegada en un fondo ideal.

Ningún secundario destaca porque pasamos muy de puntillas por ellos y no llegamos a conocerlos. Si por algo sobresale alguno es porque no encaja en ese cuadro, porque su papel no convence. Es el caso de Samir el Ratón, un niño experto en ordenadores, todo un hacker, que habla como un adulto, al que la protagonista encarga que investigue sobre la tal Fröll.

¿Y qué decir de la protagonista? Lo cierto es que no he podido empatizar con Rose. Lo hice al comienzo, cuando sus plan de venganza contra aquellos que consideraba culpables de sus males me atraparon, pero luego dejó de interesarme. Creo que es un personaje de piedra, frío a más no poder y al que no parece afectarle nada. Quizá todo se deba a lo que vive de niña, que marca su vida de adulta, pero no termino de comprenderla. 

La protagonista evoluciona, pierde la inocencia del comienzo: Rose tiene ciento cinco años, pero lleva siendo mayor desde pequeña. Aunque no tiene la fuerza de otros personajes de este tipo, destacaría su cinismo, su ironía y su forma de ser basta y deslenguada. Sin embargo, no la considero alegre: a mí no me ha transmitido esas ganas de vivir que no se cansa de decir que tiene. En este sentido, me ha llegado a resultar muy contradictoria.

Tenía ganas de leer este libro, y en mi caso me engañó más el título: las historias sobre la II Guerra Mundial me atraen muchísimo. Por esta razón me apunté a la lectura conjunta que organizaron varios blogs, El Universo de los Libros, entre otros. No ha sido lo que esperaba. A veces la sorpresa en estos casos es grata, pero en esta ocasión no ha sido así: pesan muchísimo más los contras que los pros, que se quedan en poco más que un puñado de frases para subrayar.

Claudia, de Miriam Dubini

22 julio 2014

Claudia tiene doce años, pero sabe bien cuidarse sola. Aunque vive con su madre, apenas la ve y su relación con ella no es perfecta. No tiene amigos, tampoco saca buenas notas. 

Lo único que le hace sentirse bien es su bicicleta. Con ella recorre las calles de Roma, dejándose llevar. Uno de esos días en los que pedalea por la ciudad, conoce a un chico, Anselmo, al que también le apasionan esos vehículos de dos ruedas.

Pero una nueva compañera de clase, Emma, que es muy entrometida y actúa como si tuviese muchísimos años más, se ha empeñado en acercarse a ella y a Lucía, otra chica que va a la misma clase: quiere que las tres sean inseparables. 

Y es uno de esos días que están juntas cuando Claudia vuelve a encontrarse con Anselmo. A partir de ahí, las compañeras de clase la embarcarán en una extraña aventura que las llevará a descubrir el secreto del joven, ese por el que cada vez que el viento cobra fuerza, sale disparado cargado con una bolsa en la que guarda sobres que recoge y entrega a desconocidos. 

No esperaba encontrar magia en este libro, y la hay. De hecho, la parte del chico misterioso y ese secreto que esconde es la más interesante de la obra, la que la hace original. Pese a que hay grandes dosis de amor, le sobra algo de azúcar, este no resulta creíble: la culpa la tiene, de nuevo, ese amor a primera vista tan poco natural.

Por otro lado, los personajes femeninos se hacen algo insufribles, sobre todo al comienzo: son unas niñas, por mucho que se empeñen en lo contrario, y están en plena edad del pavo, como se suele decir.

Sí que aplaudo el gran protagonismo que tienen las bicicletas, donde veo cierto tono reivindicativo a favor de este transporte que no contamina.

En cuanto a la forma, el lenguaje roza en ciertos momentos lo poético, pero tiene pequeños fallos, algunas incongruencias leves que se suman a unos cuantas preposiciones y algunos artículos mal empleados.

Pese a que la cubierta no es de mi agrado, no me gusta el dibujo de la chica a ordenador, que además es más mayor que la protagonista, el interior está muy cuidado. Tras esas tapas duras encontramos unas hojas de cortesía en el que hay pintadas unas bicicletas en color celeste. Además, cada capítulo empieza con una letra capitular que incluye a Claudia pedaleando, por no hablar de las plumas en blanco y negro que aparecen en cada una de las esquinas de las hojas que conforman la novela.

Claudia es la primera parte de una serie de libros que giran en torno a las bicicletas, cuyos personajes principales van donde les lleve el viento porque es él el que marca el ritmo, el que aporta la magia y el encanto que le falta al elenco de secundarios y a la historia de amor entre los protagonistas: sin ese toque mágico, el libro no destacaría.