Eleanor & Park, de Rainbow Rowell

13 marzo 2014

Eleanor es la chica nueva. Es pelirroja, no está delgada y viste raro. Nadie quiere dejarle sitio en el autobús. Park, un joven asiático, acaba por cederle el asiento que hay a su lado. Lo hace por pena. No quiere problemas, no es el tipíco alumno popular, pero se desenvuelve. Por eso no le dirige la palabra, ella a él tampoco, y sube al máximo el volumen de su walkman. Les llevará algunos trayectos, pero será la música, también la literatura, lo que acabe por unirlos, por hacerlos inseparables. Sin embargo, no todo será fácil. Si Park tiene una familia más o menos normal, y vive bien, Eleanor convive con sus hermanos pequeños, su madre y un padrastro al que no soporta, y no tiene dinero ni para comprar pilas.

Esta es la historia del primer amor, de cualquier amor, de una amistad que da paso a algo más entre dos adolescentes que nadan a contracorriente. La relación crece con cada página, lo hace a paso lento, pero firme; qué bien maneja Rainbow Rowell el suspense, es una historia in crescendo que alcanza un clímax maravilloso: ¡cuán esperados son los primeros besos entre ambos!

Eleanor & Park no es original, cuenta una historia de amor entre dos adolescentes sencilla, simple, y en la que se recurre a clichés: sí, ella procede de una familia desestructurada, por ejemplo, y en el autobús se observan los típicos grupos de adolescentes de las películas americanas: los populares y los marginados. Sin embargo, lo que la hace especial, muy especial, es la pluma de la autora.

La prosa está cuidada, y roza lo poético. Se dibujan con detalle a unos personajes realistas, creíbles, en unos escenarios que resultan naturales. Llama la atención de entre ellos el autobús: ¡esta historia de amor comienza en los viajes de ida al instituto y vuelta a casa! ¿Quién no se ha fijado en lo que lee la persona que hay sentada a su lado en algún trayecto en transporte público? ¡Eleanor lee los cómics que Park devora en el bus, y cuando él se da cuenta, decide pasar las páginas más despacio para que ella pueda leerlos bien! Este es uno de los detalles que más me han gustado, uno de muchos estupendos.

Es maravilloso cómo Rowell consigue describir esas sensaciones extrañas, ese estar en una nube cuando uno  está enamorado. Y lo mejor es que lo hace desde los dos puntos de vista mediante un narrador en tercera persona: los capítulos son cortos, y en cada uno de ellos hay un trocito de Eleanor y otro poquito de Park, de modo que unos fragmentos se entrelazan con otros. ¡Qué puzzle de dos tan perfecto!

Esta es una relación cocinada a fuego lento, aquí no tenemos ese amor a primera vista que tan poco me gusta, y los tópicos no molestan. Además, los temas que se tratan son interesantes: los malos tratos, la diferencia generacional y la integración social, entre otros. No se me pasa por alto, tampoco, que se trate de una pareja formada por dos personas de distinta raza, ambos son americanos, pero él es de origen asiático. Aplaudo la valentía de la autora, porque esto no es algo habitual, y es un aspecto que echo en falta en las obras juveniles.

Y eso no es todo. Esta novela, al igual que otras como Las ventajas de ser un marginado, se ambienta en otra época, en este caso en 1986. Otro punto a favor, como habréis adivinado, que para mí tiene Eleanor & Park, porque este tipo de novelas recuperan costumbres y hábitos que casi se han perdido hoy día. Por cierto, en este sentido hay una serie de televisión, My mad fat diary, que merece la pena que veáis: está basada en una novela de Ray Earl, y es magnífica.

Me he emocionado con este libro, he reído y se me ha escapado alguna lágrima, porque esta historia es dulce, pero también salada, es honesta y sarcástica, es real; he leído Eleanor & Park con esa tonta sonrisilla en los labios de quien está enamorado, porque este libro es eso, mariposas en el estómago y amor, puro amor.

Juegos, inocentes juegos, de Ricardo Gómez

04 marzo 2014

Sebastian, sin tilde en la "a", es un joven de dieciséis años tímido y algo introvertido. Marcado por la ausencia de su padre y por la muerte de su hermana, ve en los videojuegos un magnífico refugio. Pese a lo que pueda parecer, es un chico bueno, honesto, amigo de sus amigos y que quiere, por encima de todas las cosas, a su madre, a quien se siente injustamente atado, pero sin la que no podría vivir.

Su afición a los juegos le ha llevado a ganar dinero: prueba nuevos productos, casi todos videojuegos militares, y recibe una suma por cada partida en la que sale victorioso. Digamos que hay dos "Sebastian", el real y el virtual. Sin embargo, lo que el protagonista no sabe es que su álter ego que pilota aviones y dispara mata en realidad, es decir, que lo suyo son más que juegos.

Y esta es la principal baza de la novela con la que Ricardo Gómez se alzó con el XIII Premio Alandar: el lector conoce lo que hay tras la pantalla, sabe que Sebastian está matando a personas inocentes, y eso es lo interesante, pensar qué haría el protagonista si lo supiera, ver cómo su vida, la de un chico normal y corriente sigue su curso, mientras que a miles de kilómetros la gente es asesinada impunemente, porque sí.

En el libro, por un lado tenemos a Sebastian, que nos cuenta directamente cómo se introdujo en el mundo virtual y cómo son su familia y amigos. Por otro lado, tenemos a un narrador en tercera persona que nos sitúa en la base militar, desde donde controlan los movimientos del personaje principal y le envían misiones haciéndolas pasar por juegos normales y corrientes. En tercera persona conocemos también al poblado que está siendo atacado. Estos últimos capítulos, aunque son iguales de breves que los otros, están señalados además, con otra tipografía, una letra cursiva.

Sin duda el planteamiento es llamativo, es una trama que da que pensar, y que a mí me ha recordado mucho a El juego de Ender, de Orson Scott Card, pues ambas obras guardan una gran similitud, por eso, aunque es original, no me ha sorprendido tanto como cabría esperar.

La novela está bien escrita, y las páginas se pasan volando; es ágil a pesar de sus diálogos en estilo indirecto, y no cuenta con un final al uso, pero resulta muy coherente, es un "desenlace" perfecto que invita aún más a reflexionar. Juegos, inocentes juegos es un libro recomendable, muy interesante para trabajar en clase con alumnos a partir de los catorce años.

Por cierto, otro premio Edelvives que me gustó y me sorprendió fue El juramento de los Centenera, de Lydia Carreras de Sosa, libro que leí en 2009, y que aún recuerdo.